El ojo y el espíritu

«Recuerdo el momento como si lo estuviera viendo, viviendo: la gran mesada atestada de libros viejos en una librería de la calle Corrientes; el menemismo en un lodazal tan parecido a esto que pasa (y no pasa) aquí y ahora. su pequeño tamaño que lo esconde, sus colores chillones que lo rescatan, la suave voz de Christian Ferrer, que poquito más tarde firmaría su afilado Mal de ojo…

CAPITAL MUERTO Y CAPITAL VIVO

Suplemento Babelia, 21 de diciembre de 2013.

El ojo y el espíritu, de Maurice Merleau-Ponty. Trotta, Madrid, 2013. 68 páginas. Prefacio de Claude Lefort. Traducción de Alejandro del Río Herrmann.

Por Pablo Nacach

Recuerdo el momento como si lo estuviera viendo, viviendo: la gran mesada atestada de libros viejos en una librería de la calle Corrientes; el menemismo en un lodazal tan parecido a esto que pasa (y no pasa) aquí y ahora; su pequeño tamaño que lo esconde, sus colores chillones –celeste y morado– que lo rescatan; la suave voz de Christian Ferrer –que poquito más tarde firmaría su afilado Mal de ojo–, recomendándolo; la letra escarpada de Francisco que al otro día escribe en la primera página “el escritor es al lector lo que el capital muerto al vivo. Noviembre de 1995, Bartolomé Mitre y Uruguay”… Es la primera edición de El ojo y el espíritu,publicada por Paidós Argentina en 1977, agotado e inencontrable desde entonces en castellano y que hoy resucita gracias a la audacia de Trotta.

Publicado en 1964, es decir, tres años después de la muerte de su autor, en este inmenso librito Merleau-Ponty lleva a cabo un iluminador monólogo interior, con el que medita acerca de un hecho sociológico que está sobre la mesa hace ya tiempo, pero cuyo debate continúa prácticamente en pañales: la dirección que adquiere la mirada contemporánea y el vínculo que sostiene con la sociedad que la envuelve y con el cuerpo que la motoriza y monitorea. Reflexionando, pues, sobre un tema de tan rabiosa actualidad, y con la claridad expositiva a la que nos ha malacostumbrado, el autor de Fenomenología de la percepción se sirve de su bisturí fenomenológico para acercarse a la pintura y a los pintores –en especial a Cézanne y a Paul Klee– porque, a diferencia del escritor o del músico, “sólo el pintor tiene el derecho de mirar todas las cosas sin algún deber de apreciación”. Así despojada, la cuestión a tratar, de imperativos categóricos y razones puras, particular interés adquiere el capítulo en el que Merleau-Ponty arremete contra Descartes o, más bien, contra aquellos que desarbolaron su obra. La crítica remite fundamentalmente a la ausencia de “carne” en el cuerpo cartesiano, un sujeto entonces pasivo e ignorante de que “la visión es un pensamiento condicionado, nace en ocasión de lo que sucede en el cuerpo, es excitada a pensar por él”.

El color, entendido con Cézanne como “el lugar en que nuestro cerebro y el universo se juntan”; la línea, comprendida con Matisse como “la encargada de señalar lo prosaico del ser”; la profundidad, concebida con el cubismo en tanto “búsqueda conjunta de espacio y contenido”; una fantástica interpretación de la fotografía y del cine en relación a la pintura que incluye inteligentes comentarios de Rodin sobre el movimiento; y, finalmente, unas breves conclusiones reorganizadoras, completan las bellísimas páginas de este clásico en toda regla de las ciencias del espíritu en las que, solo quizás, sea posible percibir el deseo intelectual de su autor: establecer una cierta lógica del cuerpo vinculada a la (i)lógica dirección que asume la mirada a lo largo y ancho de la historia reciente.

Acerca de Alvaro Gómez

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