Las ruinas circulares

Artículo publicado por la Sección Opinión de La Vanguardia, allá lejos y tiempo atrás, en el año 2002, invierno en este hemisferio, un verano caliente en el de mi querida Argentina…

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Las ruinas circulares

“Para la próxima vez que lo mate –replicó Scharlach– le prometo ese laberinto, que consta de una sola línea recta y que es invisible, incesante”.

Jorge Luis Borges

Argentina desaparece, probablemente, enterrada en su propio laberinto, vicioso círculo de espejos y de ruinas, terrible línea recta de dictaduras y de letanías. Sólo la amable presencia de un milagro secreto podría ser capaz de sacarla de su letargo de siglos, plácida morfina política, económica y social en la que hoy el país reconoce sus dolorosas caídas escalera abajo: no en vano es imposible encontrar hasta los medicamentos más básicos en las farmacias de turno.

Tirar de ese siempre invisible hilo capaz de establecer ciertas causas más o menos efectivas del desastre presente de la Argentina se aparece como un trabajo de envergadura sin igual. Toda la energía posible es necesaria para reflexionar sobre una crisis que no es otra cosa que el fatal desenlace de miles de muertos y de ausentes, de otros tantos disparos por la espalda y entregas irresponsables del rico patrimonio nacional, de políticas destinadas a favorecer a unas clases dominantes –de adentro y de afuera, ellas mismas en realidad encargadas de las políticas y del Estado, ellas mismas en realidad el Estado mismo– incombustibles en su sed de inabarcable rapiña.

No pocos pueden ser los vehículos escogidos a la hora de obtener algún tipo de información relevante sobre las causas del naufragio actual de la Argentina: en el país del psicoanálisis por excelencia existen mitologías populares para todos los gustos, todas ellas cargadas como siempre de la más furiosa realidad.

La del Virrey Sobremonte, por ejemplo, clásico villano que en los libros de texto escolares es retratado como el facineroso que huyó de la Buenos Aires colonial con el dinero de la recaudación pública, y que no se encuentra seguramente demasiado alejada de la figura del político menemista enriqueciéndose ilícitamente a costa de la salud infantil o de la venta ilegal de armas; o también la llamada “Conquista del Desierto” llevada a cabo por el General Roca a finales del siglo XIX, que exterminó implacable a todos y a cada uno de los indígenas que allí tenían sus territorios y sus mapas, conquista que puede ser efectivamente asociada con el brutal y sistemático plan de la dictadura militar de Videla, Massera y compañía –avalado por el gobierno de Estados Unidos y la entonces CIA del hoy Premio Nobel de la Paz Henry Kissinger–, encargada de alejar a la amenaza roja del continente latinoamericano a base de muertos y de muerte.

Y para espejo de lo que sucede actualmente en Argentina, alcanza con el reflejo de esa imagen repetida hasta la saciedad por los telediarios de todo el mundo: la Policía Federal cargando con caballos contra las Madres de Plaza de Mayo, instante real en el que el pasado más terrible se apresuró a unirse finalmente con el presente más letal.

Crisis institucional, crisis de legitimidad política, crisis económica por negligencia o conveniencia de grandes grupos económicos –alguien siempre sale ganando con las crisis, la reordenación de fuerzas económicas y políticas beneficia siempre a algunos, lo sabe de sobra el capitalismo de hoy como lo sabía el de ayer–, crisis de ruinas circulares que permiten apuntar, quizás, un punto de inflexión tan delicado como peligroso: que Argentina no es hoy los argentinos.

He aquí probablemente el divorcio mayor, más importante incluso que el existente entre la clase política y la sociedad civil, separación de la que tanto se habla en estos días. Fagocitados por una estructura incapaz de ser salvada, muchos argentinos quieren salvarse, muchos argentinos quieren irse: alcanza con asustarse de las largas colas que hacen los hijos de las pauperizadas clases medias en las embajadas de España e Italia en Buenos Aires… y en las delegaciones del Gobierno Civil en Madrid y en Milán. ¿O será tal vez mucho más simple y alcanzaría con asustarse de los bolsones de miseria y pobreza que habitan el conurbano de las grandes –y no tan grandes– ciudades del país, donde se hace carne hoy una incruenta guerra de pobres contra (más) pobres?.

Como la casa tomada de Cortázar, con la llave ya en la alcantarilla, aparece hoy Argentina en su propia desaparición, inventora justamente como lo es de la peor figura jurídica del siglo XX: la del desaparecido. Ni un cuerpo para llorar, ni un cadáver para besar por última vez. Geografías de un viejo mapa de amnesia colectiva, el saludable equilibrio que debe existir entre la memoria y el olvido es imposible obtenerlo en Argentina: polos opuestos de un mismo círculo especular, se recuerda lo que se debe olvidar, y se olvida lo que debe permanecer en la memoria del cuerpo. La fosa de la Argentina de hoy tiene exactamente sus medidas, las formas de su propio cadáver, y cada vez que trata de escapar de ella se asemeja al muerto absurdo que hubiera tratado de enterrar su cuerpo en su cuerpo.

“Ni vencedores ni vencidos”, fue el lema de una de las tantas revoluciones “libertadoras” que asolaron el país de la mano de militares cipayos de los grandes empresarios y terratenientes. Los argentinos lloramos hoy la lágrima más amarga, esa lluvia metálica del sentirse derrotados, en medio del feroz cansancio de aquello que, desgraciadamente, aún no podemos encontrar.

Pablo Nacach

 

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