EL ELEFANTE SIN ATRIBUTOS
Dailan Kifki, de María Elena Walsh.
Ediciones Siruela, Madrid, abril de 2009 (262 páginas).
Emblema por excelencia del libro para grandes y chicos, lo que en absoluto significa que sea apto para todo público como pregona, ufana, la bestselleriana moda actual con cualquier compilación semi ordenada de letras, Dailan Kifki es desde 1966 referencia libre de generaciones de lectores ávidos por subirse a la grupa de un elefante tierno, glotón y caprichoso para surcar junto a él los cielos de un Buenos Aires querido, para dar sobre él la vuelta al día en ochenta mundos en una suerte de deriva urbana y emocional que nada tiene que envidiar a las psicogeografías situacionistas o a los ejercicios de estilo de Queneau.
En esta novela, María Elena Walsh consagra a los más pequeños la vida hecha historia de aventuras y libertad, de amor, amistad y solidaridad para la que resulta prácticamente imposible encontrar adecuado adjetivo, a no ser que exista o que inventemos uno que reúna en sí mismo los superlativos originalísima, surrealistísima, desopilantísima, universalísima, argentina.
Imperecederísima, pues, cuando a carcajada limpia y a moco tendido la infancia nos abre de par en par sus enigmáticas puertas recordándonos que, en efecto, Ella ha existido y tiene forma de elefante, el bueno de Dailan Kifki aparece en la memoria adulta camuflado con su traje de pasajero de tren en Ituzaingó, piando como un pajarito desde la copa de un árbol que tan alto ha crecido, o corriendo a por su sopita de avena por los estrechos senderos del bosque de Gulubú, (per) seguido como en cada ocasión por esa variopinta cohorte de personalidades, ese cuerpo social al fin re–ligado cuya bochinchera marcha encabezan su preciosa dueña sin nombre y el bombero que habla en rima mientras la mira y suspira.
Porque entre otras muchas cosas la autora –que junto a Aníbal Troilo podría chamuyar aquello de “yo soy del treinta/así he vivido sin claudicar/a veces bien, a veces mal/yo soy un cacho de Buenos Aires/hecho cortada y diagonal”– resume y amplifica en Dailan Kifki una tradición literaria en la que se dan cita la pasión arrabalera de todo tango, la visceralidad de Borges o de Martínez Estrada para palpar las calles porteñas, la lucidez con la que Arlt o Marechal auscultaron el sentir personal y colectivo del alma humana, la delicadeza lúdica de Cortázar para dar rienda suelta a cronopios, famas y esperanzas…
Así, en este sentido habría, hay que decir que María Elena oficia de fiel traductora, de incentivadora leal para chicos y chicas a los que incorpora dulcemente, casi como quien no quiere la cosa, al maravilloso mundo de una historia poética contagiosa y vital. Desplegando sus alas como Dailan Kifki, es la libertad de pensamiento y de acción aquello que, en definitiva, ha puesto en juego María Elena Walsh a lo largo de (toda) su obra, haciendo diana en el saludable espíritu del pasado para prologar el corazón de un futuro posible que, a día de hoy, sigue haciéndose rogar.